Can Fortuny, el restaurante de Centelles que busca su propia voz

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El joven chef Gerard Fortuny abrió hace dos años en el centro de Centelles con el sueño de hacer cocina creativa

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Fotografias del restaurante Can Fortuny, en Centelles, dirigido por el xef gerard Fortuny i la pastisera Claudia Piedrabuena. 29-05-2025. Foto: Miquel Muñoz / Shooting

El chef Grard Fortuny y la responsable de la cocina dulce, Claudia Piedrabuena, en el comedor

Miquel Muñoz / Shooting

Justo antes de entrar en Can Fortuny (Plaça Major, 2), en una esquina de la plaza principal de Centelles (Barcelona), seis músicos de bronce, obra de Joaquim Camps Giralt, empuñan sus instrumentos. Ya dentro, un bully de cerámica delata uno de los referentes del joven cocinero Gerard Fortuny; esa admiración se materializa en uno de los entrantes que depositan sobre una rama metálica, al estilo de los snacks de El Celler. Es el cacahuete mimético, con una cobertura más tosca que la original, creada en su día en la cocina de la cala Montjoi y a la que no hay alusión en el menú.

Cuenta el cocinero que cuando abrió, después de conseguir con sus modestos ahorros un préstamo del banco, estaba prácticamente solo al frente de una minúscula cocina que conserva como recuerdo. Y que desde entonces ha ido mejorando las instalaciones y ampliando un equipo en el que despunta la la bor de la responsable de la partida dulce, Claudia Piedrabuena, quien logra una armonía de sabores en unos postres interesantes. Fortuny entró en la cocina con 16 años, se había formado en la escuela de Tona; hizo prácticas con Nandu Jubany, pasó por el restaurante Come de Paco Méndez y trabajó durante dos años con Carles Gaig. Lo admira y también lo homenajea con un canelón muy sabroso, en el que modifica la receta para sustituir las carnes que usa el maestro por la de ciervo, y que acompaña con unas colmenillas que llegan curiosamente dulces.

Rinde homenaje al maestro Carles Gaig con el canelón que él prepara con carne de ciervo y colmenillas

“El ansia es mala”, dice este cocinero que confiesa que pasó  años impaciente por tener su propio restaurante, con su cocina, su sala, su equipo. Y que le afectan esos comentarios que a veces le llegan por parte de algún cliente entusiasta, que le adjudica una estrella Michelin antes de que lo haga la propia guía.

Observándolo, cuando aún no ha cumplido los 30 y se le ve en pleno proceso de encontrar un estilo propio, piensa una en tantos cocineros y cocineras jóvenes que abren negocios, muchas veces con un socio del oficio, sin otras manos que las suyas y sin ningún lujo en las instalaciones, ni en las vajillas, cristalerías o cuberterías. Jóvenes talentosos que van paso a paso. Pero cada uno es como es. Y Fortuny, que desprende impaciencia, asegura que está muy satisfecho de haber podido abrir el restaurante que soñaba, con las copas que le gustan, con manteles en las mesas y un equipo que lo acompaña. Y que la respuesta por parte de la clientela, asegura, está siendo buena.

El plato que presentan como “sucapà

El plato que presentan como “sucapà”

Miquel Muñoz / Shooting
Los guisantes del huerto con gamba

Los guisantes del huerto con gamba

Miquel Muñoz / Shooting
Uno de los postres, una reinterpretación del clásico mel i mató

Uno de los postres, una reinterpretación del clásico mel i mató

Miquel Muñoz / Shooting

“Sé que el ansia es mala”, repite. No le falta razón, y no le vendría mal rebajar el empeño en que lo visite la crítica y se hable de él, para concentrarse en seguir buscando esa personalidad que le traerá las recompensas que siempre deberían ser consecuencia y no fin.

Sorprende que junto al enunciado de cada plato del menú se indique el año de creación, a pesar de que estemos en una casa con apenas dos años de andadura. Entre los entrantes, el atún y caviar del 2025, la gilda líquida del 2025, el buñuelo de sobrasada del 2023, el cacahuete salado del 2024; llegarán después un blinis de anchoa, muy golosos, al igual que el tartar de sepia. Ha llamado “sucapà” a un plato que invita a untar pan en un riquísimo aceite de oliva virgen extra del Tros, sobre una reinterpretación arriesgada del huevo frito, por el mero hecho de ser una elaboración inmejorable. Es confuso el flan de piñones con jabalí y pino, que quiere evocar el bosque; sabrosos los guisantes con gamba y las habitas con salsa de cap i pota y butifarra negra; son confusos también los platos de río y de mar. En la secuencia de vaca hace una retrospectiva (sí, una retrospectiva) de sus creaciones a base de carne. Para acabar, los logrados “mel i mató” y el PX con chocolate.

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