El PSG cerró en la final de Munich una historia de obsesión y búsqueda. Aplastó al Inter con una diferencia categórica de goles, juego y vitalidad. No se recuerda una victoria tan apabullante en los 69 años de la competición más prestigiosa del fútbol mundial. Consiguió el éxito tan perseguido con una propuesta contraria a la tesis que diseñaron sus propietarios qataríes. Pretendieron construir un campeón sin articular un equipo, que es exactamente lo que representa el PSG actual, sin Mbappé, Neymar y Messi. Por una vez, atendieron antes a la propuesta de su entrenador, Luis Enrique, que a las fantasías invocadas por los petrodólares. Venció un gran equipo, elegante, dinámico y joven. En las alineaciones se apreció la diferencia generacional. Con 30 años de promedio en la alineación, el Inter ofrecía el valor de la experiencia frente a los 25 años de media en el PSG, que además llegaba adherido a un historial de decepciones. El Barça pagó la ingenuidad contra el equipo italiano en la semifinal. El PSG, no.
Funcionó con elegancia y dinamismo. En ningún momento se sintió superado por las expectativas tantas veces incumplidas. Fue joven y atrevido para jugar, firme y organizado para restringir cualquier posibilidad al Inter, un equipo que privilegia la mecánica a la imaginación. Terminó por buscar más los saques de esquina y las faltas laterales que el gol. Revirtió el fútbol a un modelo gastado, al contrario que el PSG, lleno de alternativas y creatividad. Luis Enrique, bajo sospecha mediática en la pasada temporada, criticado hasta el sarcasmo en la más que complicada primera fase de la Champions, sale de Munich como una figura trascendental en el viraje del PSG. No derramó una lágrima por la marcha de Mbappé y no reclamó el habitual fichaje galáctico de un club acostumbrado a tirar de su inagotable chequera. Ha edificado un equipo, un gran equipo, a su manera. Atrás han quedado los divismos innecesarios y las jerarquías dañinas. En los dos últimos años se han incorporado jóvenes prometedores, pero hasta cierto punto desconocidos, como el ecuatoriano Pacho, el portugués João Neves o Doué, fenomenal delantero que dio noticias de su calidad en la final de los Juegos Olímpicos. Apareció a última hora de la final España-Francia y casi destruyó a la defensa española. Los fichajes han funcionado, incluido Kvaraskhelia, el georgiano que llegó procedente del Nápoles en el mercado invernal. Su efecto ha sido notable. Ha sido el delantero que se esperaba y el estajanovista que, en realidad, define a todo el equipo. En medio de este paisaje, trazado con mano maestra por Luis Enrique, destaca Dembélé, jugador singular que en el Barça despertó más desafecto que cariño.

Luis Enrique celebra el triunfo continental ante su afición
El asturiano no derramó una lágrima por la marcha de Mbappé
Gran parte del éxito del PSG se debe a su nueva ubicación como falso nueve. Luis Enrique comenzó a probarle en ese puesto el pasado año. Dembélé se ha consagrado esta temporada, con una cifra imprevista de goles y la influencia constante en el juego.
Detectar a Dembéle ha sido un problema casi inabordable para los equipos rivales. La tripleta de centrales del Inter se distingue por su rigor en los marcajes. Son altos, fuertes, muy poderosos. Quieren el contacto, pero en la final contactaron con un fantasma. No tenían a nadie a quien marcar. No hubo partido como tal porque el PSG no dejó un resquicio al Inter.
Donnarumma apenas fue otra cosa que el privilegiado espectador de una goleada que supone el fin del mal sueño del PSG. Desde ahora, no habrá espacio para el sarcasmo: el PSG es un equipo sensacional. Por si acaso, ya tiene la orejona en sus vitrinas.