Tonto el último

En el 2008, un estudio de la Universidad de Vrije, en Amsterdam, analizó diez casos holandeses para tratar de extraer la naturaleza de la corrupción, los motivos y el método que llevan a alguien a traicionar las obligaciones de su cargo en beneficio propio. Sería fácil replicarlo en el contexto español o catalán, porque casos no faltarían y porque las tramas de corrupción crecidas al sur de Perpiñán se prestan especialmente al estudio sistémico. 

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Pedro Sánchez dio una rueda de prensa el jueves tras la dimisión de Santos Cerdán 

Daniel Gonzalez / Efe

Se parecen entre ellas como una castaña a otra castaña. Siempre un reparto casi calcado de figurillas que se confunden en la memoria, siempre un vocabulario que remite al trapicheo y a la conjura de listos. El fontanero, la mordida, la mano derecha, el enchufado, el negocio tapadera, los apodos cutres en las conversaciones filtradas. Por repetirse, se repite hasta la figura del chófer.

Revelaba varias cosas interesantes el estudio holandés. Una, que el corrupto casi nunca se percibe corrupto. Dos, que uno no se corrompe de la noche a la mañana, sino que el proceso sigue el método de la pendiente resbaladiza, uno va perdonándose ilegalidades cada vez más graves hasta que lo pillan. Y tres, y quizá más sorprendente, que el dinero es solo una más de las motivaciones del corrupto, y que tienen igual peso la amistad, el amor, el estatus y el propósito de impresionar al entorno, es decir, demostrar a un pequeño círculo que eres alguien porque puedes conseguir cosas.

Uno va perdonándose ilegalidades cada vez más graves hasta que lo pillan

Tras conocerse el demoledor informe de la UCO, vimos llorar a una incrédula María Chivite y las crónicas nos cuentan que muchos de los amigos y colaboradores de Santos Cerdán se decían “en shock” y ­“estupefactos”, porque no se lo esperaban de este hombre que nos ­habían contado como discreto y disci­plinado.

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Importa la dimensión endémica de la corrupción, claro, y por qué parece un destino inevitable el trincar cuando existe esa opción. Pero desde un punto de vista medio literario es imposible no fabular con lo psicológico, preguntarse qué ofendió a ese hombre (¿no entrar en el Gobierno?), qué envidia concreta le aguijoneó (¿los pisos de sus amigos ya corruptos?, ¿los Audis?), cuál fue el rencor exacto que le fue envenenando hasta que se dijo: tonto el último, yo también quiero.

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