Después de tantos ataques insidiosos sobre el entorno familiar de Pedro Sánchez y después del extraño fogueo sobre el fiscal general, ha explotado la bomba. Desde que han sido filtradas por la Guardia Civil las obscenas conversaciones de los últimos pícaros de la política española, el barco del Gobierno ha perdido el palo de mesana. Pedro Sánchez intentará resistir aferrado al timón, pero las olas dictarán más pronto o más tarde sentencia. El naufragio es inevitable.

La aventura política de Sánchez termina en forma de pescadilla que se muerde la cola: nació de las brasas morales contra la corrupción del entorno de M. Rajoy y morirá como consecuencia de la vergüenza por la corrupción que ha fructificado en el entorno de este llanero solitario del socialismo que es Pedro Sánchez, un personaje muy controvertido, discutido, odiado, pero que ha conseguido perdurar durante siete años sobre la hoja de la navaja, a pesar de su evidente fragilidad parlamentaria y de las colosales dificultades causadas por circunstancias que habrían erosionado a los más fuertes gobiernos: una pandemia mundial, un volcán, la conclusión dramática del procés, el discutidísimo indulto, la bloqueada amnistía, la sequía, la dana, el veloz auge y decadencia del wokismo , todo ello en un trágico escenario mundial caracterizado por la invasión rusa de Ucrania, el atentado de Hamas, la posterior destrucción de Gaza por parte de Israel, el ascenso de los populismos que culmina en la elección de Trump, etcétera. Sánchez ha gobernado con ínfimas mayorías en unos años en que el mundo ha entrado en una espiral de desastres y conflictos que están incendiando el planeta a trozos, según la conocida imagen geopolítica del papa Francisco.
Sánchez resistirá aferrado al timón, pero las olas dictarán sentencia: el naufragio es inevitable
Una vez más la picaresca española se ha impuesto. Fulmina las buenas intenciones de la mayoría progresista y periférica; y corroe la épica de Sánchez, un tipo egocéntrico y singular que conecta, a fuer de castellano y resistente, con uno de los arquetipos de la cultura española: el Cid Campeador, que encarna la contradicción, pues es héroe y traidor a la vez: líder moral y mercenario.
La agonía de lo que se dio en llamar “sanchismo” aliviará a todos sus enemigos, que son muchos y poderosísimos, especialmente en la capital. Por culpa de Sánchez el malhumor de la derecha ha batido una y otra vez récords del paroxismo. Los odiadores de Sánchez no han escatimado medios para derribarlo. Todo el que ha podido se ha movilizado en su contra: juzgados, policías, medios de comunicación, fuerzas vivas, fuerzas económicas.
Ningún obstáculo, ninguna trampa quedó por ensayar. Pero hasta ahora, aunque el ruido era ensordecedor, la pólvora siempre salía mojada y las sospechas parecían estar cogidas por los pelos. ¡Quién iba a saber que la mina anti-Sánchez estaba junto a él, y que ha ido acumulando material explosivo para pulverizar desde dentro al presidente del gobierno más odiado de la democracia!
Los que lo amaban estarán decepcionados, como el propio Sánchez, traicionado por sus más íntimos colaboradores. Desolados están especialmente los que creían que España podía superar el substrato cultural de la picaresca. El factor humano: la avidez y el cinismo fructifican con rara facilidad en nuestras vidas pública y privada. La desolación embarga ahora a los socialistas limpios, honestos, sacrificados, que son muchos (pienso ahora en mis amigos de Girona: Sílvia, Alfons, Bea, Pere, Safiata, Maxi, Andrei, Ángel, Marc, Cristina, Ferran y tantos otros; o en el propio president Illa, por todos ellos sigo poniendo la mano en el fuego).
Sufrieron en carne viva el desgarro del procés y, en lugar de dejarse llevar por la pasión del odio, aguantaron, estoicos, sin echar nunca gasolina al fuego. Debido a las últimas carambolas electorales, el táctico Sánchez asumió, no sabemos si sinceramente, la idea de una España plural. En este contexto, mis amigos de Girona y otros muchos estaban tratando de recoser la esperanza en una Catalunya reunida y en una España en la que unidad no sea sinónimo de uniformidad.
Mientras la corrupción campa por sus fueros, siempre exuberante, a ellos les espera el destino de Sísifo: se reencontrarán en el desierto para iniciar de nuevo la dura y áspera travesía e intentar una vez más que la piedra se acerque a la cima.